26 de junio de 2013

A veces un "Fin" puede no ser definitivo, ¿qué quiero decir con esto? Que vuelve la actividad a este blog. Intentaré publicar un articulo a la semana, aunque no sé si lo conseguiré, o por lo menos procuraré que sean dos o tres las entradas de cada mes.

1 de diciembre de 2011

¡Fin!

Dado el éxito cosechado por este blog, es decir: ninguno, he decidido poner el punto final al mismo. Gracias a las dos o tres personas que me habéis leído de vez en cuando y hasta siempre.

27 de marzo de 2011

¿Crisis? No, desvergüenza.

La razón democrática y plural
Diario independiente de la mañana.

Luís María Antonov

Pensamos que se debería llamar a las cosas por su nombre y no emplear eufemismos. Desde hace tiempo los medios de comunicación, los políticos, los tertulianos (qué sería de nosotros sin estos expertos, que saben y opinan de todo) y los enterados de barra de bares y cafés dicen que estamos en crisis, pero nosotros opinamos que no, que no hay crisis, que lo que hay es mucha desvergüenza. Sería absurdo negar que cada día cierra un número considerable de empresas y que las cifras del paro aumentan de una manera alarmante, pero no es como consecuencia de la crisis, si no por la desfachatez de muchos dirigentes y ejecutivos empresariales. ¿Cómo podemos hablar de crisis si en el año 2010 el presidente de una empresa eléctrica se llevó siete millones de euros y el presidente de una empresa petrolera otro tanto? Suponemos que el resto de los ejecutivos de ambas empresas también se embolsarían una bonita cifra. Las empresas del Ibex 35 ganaron más de 50.000 millones de euros, una empresa de telefonía aumentó sus ganancias un 30 % más que el año anterior. Los bancos no dejan de ganar nunca y si no puedes pagar la hipoteca, se quedan con el piso, con el dinero que ya les has pagado y encima, la mayor de las infamias, tienes que continuar pagándoles. Por no hablar de las agencias de calificación y de su desfachatez, pero ¿aún les damos crédito después de los monumentales errores que han cometido? Y por si fuera poco cinco de los directivos, de una de las agencias de calificación más famosas, se acaban de repartir veinte millones de dólares. ¿Continuamos o ya es suficiente con todos estos ejemplos? Por eso negamos que haya crisis y manifestamos que lo que hay es mucha desvergüenza y mucha inmoralidad.

29 de diciembre de 2010

Tráiler de la pelìcula "Puesto de trabajo. Excelente remuneración"

Título: Puesto de trabajo. Excelente remuneración.

Duración: 63 minutos

Año de producción: 2010

Director: Pedro Nares

Intérpretes: Francisco José Basilio, Berton Fernández, Alma Alonso, Francesc Camins, Izaskun Martínez, Borja Nieto, David Segú, Clara Garcés, Isabel Arriola, Albert Anguera, Pedro Nares, Juli Bellot, Mila Cubero, Ramón Garrido, Lucía Nares Cubero.

Música: Kevin Macleod, http://www.imcompetech.com/

Director de fotografía: Pedro Nares

Cámara: Gene Stonfader

Montaje: Ramón García Bermúdez

Producción ejecutiva: Ángel Oyuela

Producción: Pedro Ramón N. Sirvent

Guión: Pedro Nares

Varias personas contestan a un anuncio en el que se ofrece un puesto de trabajo, que en realidad no es tal, ya que se trata de un "reality show" para la televisión. Mientras se prepara el programa una de las personas que viven en la casa muere en extrañas circunstancias.

27 de septiembre de 2010

Crítica de cine

La libertad mundial y digital
Revista semanal independiente

Max Bellido
Crítico de cine

Película: "Puesto de trabajo. Excelente remuneración"


Hacía tiempo que no veía una película como esta: humilde, modesta y, sobre todo, sincera; además de encerrar un sutil y agradable sentido del humor, nos demuestra que hoy en día, para hacer una buena película no es necesario contar con un gran presupuesto, si no con talento y ganas de hacerlo bien. De los actores se puede decir poco, salvo que todos, sin excepción, están a gran altura, componiendo cada uno de ellos su respectivo personaje con solvencia y buen oficio. El guiño final al mundo de Agatha Crhistie es acertado y constituye uno de los mejores homenajes que he visto al detective clásico, ya pasado de moda, inteligente y deductivo. La única pega que yo le pondría es su metraje: sólo dura poco más de sesenta minutos.

20 de septiembre de 2010

Puesto de trabajo. Excelente remuneración

La razón democrática y plural
Diario independiente de la mañana

Crítica de cine, por Dora Lario

Película: "Puesto de trabajo. Excelente remuneración"

La película en cuestión nos indica, claramente, a qué punto ha llegado la cinematografía local, en donde cualquiera que se pueda comprar una cámara –y con la tecnología digital es fácil-, se considera director de cine. El punto de partida es realmente ridículo y absurdo, ninguno de los personajes tiene entidad propia y hablan de la misma manera, lo que denota una pobreza imaginativa total, además de una notoria falta de oficio. De los actores no se puede decir si están bien o mal, y no porque no sean buenos actores, si no porque no han sido dirigidos de ninguna manera. El ridículo desenlace de la película, estilo Hércules Poirot, nos parece una forma muy pobre de despejar los interrogantes que, de manera gratuita, han ido apareciendo a lo largo del metraje, por otra parte lo mejor del film, ya que escasamente sobrepasa los sesenta minutos.

31 de julio de 2010

Cada cual en su casa y Dios...

La Razón democrática y plural.
Periódico independiente de la mañana
Editorial.

Cada cual en su casa y Dios… donde le corresponda.
Estamos asistiendo en estos últimos tiempos a un fenómeno curioso, en el que las personas bienpensantes y de orden salen a la calle a manifestarse (algo que ellos siempre han considerado que era patrimonio de obreros, revolucionarios y demás gentuza), parapetados detrás de grandes pancartas, en las que consignan los muchos agraviados a los que son sometidos por gobernantes rastreros y vengativos. Temerosos de perder sus privilegios, se posicionan siempre en contra de todo cuanto suponga un paso adelante para garantizar la convivencia entre todos los habitantes del país.
Ha llegado el momento de que dejen de tener el monopolio sobre la educación y las conciencias de la gente; allá cada cual con sus creencias, siempre y cuando no intente imponerlas al conjunto de la sociedad. Está muy bien creer en Dios, si eso te ayuda a ser mejor persona, pero es enfermizo pretender que el resto de los ciudadanos se rijan por las mismas reglas morales que las tuyas. Lo único que cuenta es la existencia de una ética general y democrática que sirva para todos los ciudadanos, al margen de las ideas políticas o religiosas que se profesen.

24 de julio de 2010

Crónicas de la nada (25)

Crónica segunda.


Y 12.-
Carta enviada a La voz del Tópico por el capellán castrense Don Marcelino Aguirre.
Señor director. Le agradezco su amabilidad al publicar la carta que le envío, ya que para mí es muy importante aclarar varios puntos con relación a unos artículos que aparecieron en su periódico el mes pasado. Primero he de manifestar que me asombra mucho que una publicación como la suya, que siempre se ha caracterizado por la máxima claridad y por una total objetividad, se haga eco de una historia tan poco verosímil. Las autoridades militares ya han desmentido la sarta de despropósitos que forman parte de los reportajes mencionados, por eso yo no hablaré de ello, sino de otras cuestiones relacionadas con el tema.
Fui llamado a los calabozos de Capitanía para asistir a un preso. El susodicho, un sencillo muchacho de campo, se hallaba en un estado lamentable y me contó una serie de disparates que no tenían pies ni cabeza. Sus acusaciones se referían a unas maniobras ordinarias de su regimiento que, según él me dijo, se transformaron en una guerra real en la que se exterminaron a todos los indefensos habitantes de una aldea. Continuó contándome que como él no pudo aguantar aquella ignominia huyó del campo de batalla y que al ser capturado y con posterioridad juzgado se le condenó a muerte. Intenté comprender los motivos que lo llevaron a perder la razón y pude saber que desde antes de su incorporación a filas ya se distinguía por su indisciplina y por un comportamiento cuanto menos singular.
Me informaron que no se había presentado en el campamento al que había sido destinado en la fecha señalada, lo por lo que fue declarado prófugo; esto propició que se le vigilara con especial atención; así mismo me enteré de que, al contrario que sus compañeros, él no había disfrutado de ningún permiso, ni fue visitado por ninguno de sus familiares. Todo se complicó cuando su novia dio a luz una niña a la que no pudo visitar y, para rematar todo lo anterior, mientras aún cumplía su servicio militar, murieron sus padres con unos pocos días de diferencia.
Por todo lo dicho perdió la cabeza y que desertó en mitad de unas maniobras, por lo que fue condenado a dos meses de calabozo y a dos meses más de cumplimiento en filas. Pero Dios Nuestro Señor es misericordioso y no deja nunca de su mano a sus criaturas, sobre todo a las menos favorecidas por la fortuna. Cumplidas con todas sus obligaciones para con la Patria se le licenció y se marchó a su pueblo para reunirse con su novia con la que contrajo matrimonio, después abandonaron el terruño en el que siempre habían vivido y se trasladaron a la ciudad donde encontró trabajo como jardinero municipal. Las últimas noticias que tengo de él son que está bien, así como su familia, y que estudia Derecho en la Universidad de Educación a Distancia.
(Fin de la crónica segunda).

28 de junio de 2010

Crónicas de la nada (24)

Crónica segunda.

11.-
Un día prohibieron la comunicación epistolar o telefónica con el exterior y cancelaron todos los permisos. Nadie nos explicó a qué se debían aquellas medidas tan severas, hasta que transcurridas dos semanas nos proporcionaron un equipo completo de campaña y nos integramos en una larga columna militar que nadie sabía a dónde se dirigía.
Circulamos de noche, cientos y cientos de kilómetros y al final nos mandaron descender de los vehículos para poner en posición las piezas de artillería y dirigirlas hacia un villorrio que se distinguía a lo lejos. Los oficiales y suboficiales mantenían una frenética actividad que trataban de comunicar a la tropa y poco después nos ordenaron abrir fuego sobre el objetivo; las piezas comenzaron a tronar y a desgarrar la calma de aquella tranquila campiña. Veíamos avanzar a la infantería junto a los carros de combate que ganaban posiciones; tal vez fueron imaginaciones mías, pero vi que de los edificios destruidos por los efectos de la artillería salían los pobladores del pueblo y eran perseguidos sin piedad por tropas de infantería; sus lastimeros gritos llegaban nítidos hasta mis oídos.
Dejé caer al suelo el casco que llevaba puesto en la cabeza y comencé a caminar. Un sargento me sujetó por un brazo y al intentar zafarme le propiné un golpe involuntario en el torso; me soltó sorprendido, pero reaccionó al instante y me atizó un puñetazo en el mentón y cuando se disponía a patearme -pues yo estaba tendido en el suelo- sujeté el pie, lo levanté con fuerza hacia arriba, perdió el equilibrio y cayó a tierra. Aproveché que rodaba por el suelo para levantarme; un solo mamporro bastó para ponerlo fuera de combate. A nuestro alrededor el resto de los componentes de la unidad estaban muy atareados y continuaban con el bombardeo sobre la indefensa aldea. Al ver que nadie me detenía me marché de allí.
Corrí como un loco y no sabía qué hacer ni a dónde dirigirme, hasta que me detuve muerto de cansancio, entonces me desplomé junto a un ribazo y dormí varias horas. Al despertar me envolvía una profunda oscuridad; era la noche más negra y desagradable que había visto nunca. Me puse en pie y eché a andar por lo que me pareció que era un estrecho camino.
Al amanecer descubrí una casa a trescientos o cuatrocientos metros; tenía hambre y pensé que tal vez aquella gente me proporcionara algún alimento. Me acerqué despreocupado; los animales de la granja se alborotaron al oír mis pasos, al poco asomó por una de las ventanas el cañón de una escopeta y dos disparos quebraron la tranquilidad del amanecer. Los perdigones de los cartuchos pasaron a escasos centímetros de mi cabeza y empecé a correr de nuevo; atravesé un río y lancé al agua el fusil que aún llevaba colgado a la espalda y aquel acto tan simple constituyó el principio de mi liberación. Me sentía ligero y redimido de cualquier preocupación o sufrimiento, lo que sucediera después carecía de importancia.
Erré por los caminos sin saber dónde estaba ni hacia dónde me dirigía, hasta que me topé con una patrulla de la policía militar. Era inútil plantarles cara, mi aspecto desastrado les llamó la atención, me pidieron la documentación y, ante la imposibilidad de presentarla y de proporcionarles una explicación lógica, me detuvieron, me trasladaron a la Capitanía General y me metieron en una celda.
Un día vino a visitarme el capellán; se lo agradecí porque me dio la oportunidad de descargar toda la rabia que tenía acumulada. No me sermoneó ni me habló de religión, simplemente se limitó a escucharme y a consolarme. Me proporcionó una serie de libros de derecho -que yo le había pedido- y los estudié a fondo por si podía encontrar en ellos algún dato que pudiera utilizar en mi defensa.
Me hicieron comparecer ante un Consejo de Guerra sumarísimo. Hablaron todos y cada uno de los que se encontraban en la sala, yo fui el único a quien no le fue permitido decir nada, por lo que no pude explicar la verdad de lo sucedido ni poner en práctica la cultura legal que había adquirido. Por mi comportamiento cobarde ante el enemigo me condenaban a ser fusilado al día siguiente. El Páter vino a verme la última noche; no le pedí que me confesara, ni que me diera la absolución por unos pecados que no había cometido.
(Continuará)

13 de junio de 2010

Crónicas de la nada (23)

Crónica segunda

10.-
Transcurrían los días y los pasábamos ocupados entre practicar la instrucción diaria para participar en los numeroso desfiles que se organizaban por cualquier celebración religiosa, gubernativa o militar, y el aprendizaje propio del arma a la que habíamos sido destinados. La gloriosa Artillería nos acogía en su seno y, para servirla y honrarla, tuvimos que aprender la composición, mantenimiento y manejo de los cañones que teníamos asignados. Cada día despojábamos a los cañones de sus fundas protectoras; los desmontábamos, los engrasábamos, los volvíamos a montar y practicábamos simulación de tiro. Una vez al mes nos llevaban a la costa, donde desplegábamos las piezas, las cargábamos con munición real y disparábamos. A todo lo anterior -para terminar de enumerar las provechosas actividades que desarrollábamos en el cuartel- he de sumar guardias, imaginarias, retenes y otras tareas diversas.
Sin embargo hay algo que debo agradecerle al tiempo que permanecí en el Ejército. Aunque más de un escéptico no lo crea, dentro del cuartel había una biblioteca; era un cuarto pequeño y estaba tan escondido que era muy difícil saber que semejante templo del saber -aunque modesto- se encontraba entre aquellas dependencias destinadas a la guerra. Tenía todas las paredes cubiertas por unas viejas y recias estanterías de madera llenas de libros polvorientos; sin duda hacía muchos años desde la última vez que habían sido abiertos la mayoría de aquellos volúmenes. Las ediciones eran antiguas ya que no había incorporaciones recientes, como si, una vez instalada la biblioteca, se hubieran olvidado de utilizarla y, mucho menos aún, de ampliarla. Parecía el capricho de algún coronel ilustrado que el Regimiento tuvo en otro tiempo y que los que llegaron después de él consideraron que sería conveniente olvidar.
Pero la biblioteca existía y un día tuve la fortuna de entrar por primera vez en ella. Sólo era frecuentada por seis o siete soldados y por un teniente que tenía fama de estrafalario (supongo que precisamente por que visitaba tan singular dependencia). Al principio me introducía en ella como si fuera un cazador furtivo, porque me intimidaba todo lo que yo desconocía y no me atrevía a abrir ningún libro; me contentaba con mirar los lomos y deletrear los títulos y los nombres de los autores. Predominaban los tratados del arte de la guerra, las memorias y las biografías de célebres generales del pasado y las crónicas de las batallas más famosas. Una parte considerable de los estantes estaban repletos de libros de carácter religioso y extensos volúmenes de historia y también había una sección dedicada a la literatura de ficción que me descubrió un mundo desconocido hasta entonces por mí.
Nunca había leído un libro, entre otros motivos porque no le encontraba utilidad, además de que en mi casa no había ni uno solo. Tomé uno entre mis manos (se trataba de La narración de Arthur Gordon Pym, de E. A. Poe) y a partir de ese momento, al principio con la ayuda de un diccionario, me convertí en un adicto a la lectura. Iba todos los días un rato y siempre había un libro a la espera de que yo lo abriera para mostrarme las maravillas que encerraba. No recuerdo todo lo que leí, pero me vienen a la memoria autores como Alphonse Daudet, Emilio Salgari, Benito Pérez Galdós, Julio Verne, Pío Baroja, Mark Twain, Gustavo Adolfo Bécquer, Washington Irving... Sí, en un cuartel también era posible instruirse.
El correo me trajo una buena noticia: era padre de una niña. Un mes después de aquel acontecimiento el cartero también me trajo otra comunicación de signo contrario; fue la desaparición, con una semana de diferencia, de mis padres. Yo ya no podía estar más desesperado y dentro de mi cabeza se formaban extraños y peligrosos pensamientos que me hacían sentir malos presagios, que desgraciadamente no tardaron en confirmarse.
(Continuará)

5 de junio de 2010

Crónicas de la nada (22)

Crónica segunda.

9.-

Se acercaba el momento decisivo, la jura de bandera, donde demostraríamos lo que habíamos aprendido. Ese día todos nuestros esfuerzos obtendrían justa recompensa y nos convertiríamos en auténticos soldados de nuestro Ejército. Antes de tan fundamental acontecimiento tuve la oportunidad de obtener otro galardón, si no tan valioso, sí mucho más satisfactorio para mí. Una noche, poco antes del toque de retreta, me encontraba en la puerta de nuestra nave fumándome un cigarrillo y vi a un individuo que se anudaba el cordón de una bota bajo la luz de una farola; su cara me resultaba familiar, pero no lograba recordar de qué lo conocía. Fue al incorporarse y al mirar hacia donde yo estaba cuando recordé los golpes que me propinaban durante las pocas horas que pasé en el calabozo nada más llegar al centro de instrucción de reclutas. Me bajé la visera de la gorra, tiré al suelo el cigarrillo y lo pisé, saqué otro de la cajetilla, me lo coloqué en la comisura de los labios y me dirigí hacia él mientras miraba al suelo.

-Perdona ¿me das fuego? -le dije.

Él sacó un encendedor del bolsillo, lo prendió y lo acercó a mi cigarrillo; aspiré varias veces hasta que el pitillo estuvo encendido, le di las gracias y, mientras él se guardaba el mechero, le sacudí un puñetazo en la mandíbula que le hizo volar varios metros.

Si he de ser sincero diré que no me encontraba muy bien encerrado en aquél sitio y en mi cabeza ya había formado un plan para escaparme y reunirme con mis seres queridos, pero me vigilaban muy bien y nunca encontraba el momento apropiado. El único contacto que mantenía con mi novia era epistolar; además no pudo ir al campamento como los familiares del resto de los reclutas para la jura de bandera, ni mis padres tampoco, ya que estaban los dos muy delicados de salud. El día señalado amaneció gris y frío, pero a pesar de la amenaza de lluvia y de la baja temperatura nos formaron en la explanada del acuartelamiento hasta que cumplimos con aquel requisito fundamental y a partir de aquel momento ya nos pudimos considerar auténticos soldados. Todos mis compañeros tuvieron una semana de permiso, todos menos los que como yo habíamos transgredido una de sus reglas y me enviaron directamente al cuartel que me correspondía.

Llegar al destino que me habían asignado no cambió mi existencia ni la opinión que los mandos tenían de mí. Yo era un individuo que había intentado sustraerse a sus obligaciones y aquello me marcaría el tiempo que permaneciera en filas. Me quedé sin permiso, luego cumpliría en filas unos meses suplementarios, no guardaban conmigo ninguna consideración ni me estaba dado el acogerme a ninguna prerrogativa, pero sí que cambió algo y fue que mis nuevos compañeros, al desconocer mi situación, comenzaron a llamarme por mi nombre, y para ellos era uno más. Al presentarme en el cuartel, como único recluta recién llegado, me convertí en blanco de sus bromas y anticipo de lo que se conoce por novatadas, mas por ello mismo pude sustraerme al grueso de los escarnios que preparaban para cuando se presentaran los soldados de la nueva promoción.

Cuando llegaron se produjo la gran fiesta. Eran despertados a horas intempestivas, obligados a cumplir las imaginarias en calzoncillos y con orinales colocados en la cabeza a modo de casco; se les formaba en cualquier momento del día o de la noche y uno de los veteranos se hacía pasar por oficial, o suboficial, vestido al uso para la ocasión con el único propósito de humillar a los recién llegados; también los obsequiaron con otras lindezas de distinta y variada jaez, algunas de ellas de una crueldad supina, y absurda, a pesar de tratarse de iguales y compañeros.

(Continuará)

11 de mayo de 2010

Crónicas de la nada (21)

Crónica segunda

8.-

No pensé que peligrara mi vida; ellos sólo pretendían reafirmar su poderío sobre la parte de paraíso perdido que les había correspondido, pero no me agradaba recibir las muestras de su hospitalidad. Parecían una cadena de montaje; se acercaban a mí, me golpeaban, se detenían, se alejaban, descansaban, paseaban y volvían a empezar de nuevo. Nunca he sido vengativo, pero tomé nota de los que más se destacaban en aquella función, más que nada por si llegaba el momento de saldar cuentas, cara a cara y de uno en uno. Me rescató el suboficial de guardia, que ya había agotado las existencias alcohólicas de la cantina, y lo primero que hizo fue propinarme una bofetada que me dolió durante varios días.

Un soldado de la guardia, por orden del sargento, me acompañó hasta la compañía que me correspondía; allí me recibió otro suboficial que me administró otra bofetada que me dolió más que la anterior, menos mal que me la dio en el carrillo opuesto y así pude ir compensado.

En aquel instante comenzó mi total incorporación a la vida militar. Me cortaron el cabello, me dieron ropa para todas las ocasiones: de paseo, de faena, de gimnasia; el calzado correspondiente, además de gorros, gorras, cantimplora, toallas, sábanas, otros arreos varios y un fusil.

Dejé de tener un nombre y pasé a convertirme en un recluta con un número, pero, por mi particular incorporación a filas, fui conocido por mis compañeros y por los superiores como el Prófugo, aunque llamarles compañeros es ser demasiado caritativo y benévolo. Nunca antes había visto tales pruebas de insolidaridad; cada cuál iba a lo suyo y nadie se planteaba si empujaba o pisaba a su semejante. El vocablo borrego alcanzaba sus cotas más significativas, ya que parecían una marea que se moviera a imprevistos y fortuitos impulsos.

Puesto que acababa de llegar me colocaron en el pelotón de los torpes para que, con la ayuda de instructores experimentados, aprendiera las reglas y los principios esenciales de la milicia. Como monitores designaban a los soldados más ineptos e ignorantes del reemplazo anterior y aquellos energúmenos eran los encargados de enseñar a quienes por desmañados, y por falta de habilidad, se veían incapaces de adaptarse al ritmo de la mayoría. Los que se encontraban en mi caso, o en situaciones parecidas, también formaban parte del grupo de los torpe y nuestra única actividad diaria consistía en repetir una y otra vez la instrucción reglamentaria para que aprendiéramos, antes del día de la jura de bandera, a desfilar con gallardía, a saludar de la forma adecuada a los superiores, el trato que debíamos dar a cada cuál, además de otras maravillosas y provechosas lecciones, entre las que se encontraba el montar y desmontar un fusil con rapidez..

Transcurrían los días y no nos quedaba tiempo para nada que no fuera desarrollar el plan que un fino estratega del Ministerio de Defensa había trazado para convertir a ineptos reclutas en aguerridos soldados, pero encontré un momento y escribí una larga carta a mi novia donde le reiteraba todo mi amor y deseaba que volviéramos a estar pronto juntos.

Como estábamos en pleno monte no echaba de menos el contacto con la naturaleza y podía respirar a pleno pulmón, tocar los árboles y acariciar la hierba y las flores silvestres mientras pensaba en la que había estado a punto de convertirse en mi esposa. Cerca había un riachuelo en cuya corriente intentaba dilucidar qué me deparaba el destino, pero el agua bajaba impetuosa, sin detenerse, y yo no lograba descifrar ningún mensaje; lo único que supe es que mi estancia en aquel sitio llegaba a su fin y aquello lo descubrí sin necesidad de que me lo dijera el río.


8 de mayo de 2010

Crónicas de la nada (20)

Crónica segunda.

7.-

No es extraño que me desentendiera de algo tan baladí como era el servicio militar. Hubo otra circunstancia que contribuyó a mi olvido. Dada la inconsciencia con que copulábamos no es raro que ocurriera lo que sucedió, ya que mi novia quedó en estado. Al saberlo con certeza pensamos que lo mejor que podíamos hacer era casarnos, pero antes teníamos que comunicárselo a nuestras respectivas familias. A la mía no le importó; la de ella no estuvo de acuerdo con lo de la boda hasta que supieron lo del embarazo, entonces el padre lo que quería era matarme. Solventados esos pequeños problemas comenzamos los preparativos para la ceremonia y cuando más entusiasmados nos encontrábamos, se presentó un día en mi casa una pareja de la Guardia Civil.

Vinieron antes del amanecer y como aún estábamos dormidos tuvieron que llamar a la puerta. No era la primera vez que pasaban por allí y se detenían un instante para saludar, para echar una parrafada, para fumar un cigarrillo o para darle un tiento a la bota, pero a una hora tan temprana como aquella nunca lo habían hecho. Me pareció normal que se detuvieran, lo que no me resultó tan lógico fue que me preguntaran si vivía allí Fulanito de Tal, es decir: yo. ¿Acaso no lo sabían?

-Pues dése preso.

Era la primera vez en mi vida que me trataban de usted.

-¿Por qué? -pregunté intrigado.

-Por prófugo.

Que me detuvieran entraba dentro de lo posible, a pesar de no ser consciente de haber infligido ninguna ley, pero que me insultaran de aquella manera no me agradaba, y así se lo hice saber a aquellos beneméritos números.

-No le insultamos, le detenemos por prófugo -me contestó el más veterano.

Otra vez la extraña palabra; no la conocía, no sabía lo que significaba (ni siquiera lo imaginaba), ya que el vocablo y el objeto diccionario no figuraban -el uno- en mi bagaje cultural -el otro- entre mis pertenencias; así que no me enteraría de lo que me acusaban si ellos no me lo explicaban y no estaban dispuestos a satisfacer mi curiosidad hasta que llegáramos al cuartelilllo, donde se encargaría de ello el comandante del puesto.

El cabo primero Copete, comandante de puesto de la Guardia Civil, me informó con detalle de todo lo que necesitaba saber y por fin me enteré del significado de la enigmática palabra. En el mejor de los casos me esperaba un buen correctivo por no presentarme a servir a la patria cuando había sido convocado.

Me condujeron a la capital de la provincia. En el Gobierno Militar me hicieron entrega a la autoridad castrense y de allí, escoltado por la Policía Militar e instalado todo lo cómodo que era posible en un destartalado camión del Ejército, me trasladaron al Centro de Instrucción de Reclutas donde desde hacía más de un mes me esperaban.

En ausencia momentánea del oficial y del suboficial de guardia, se hizo cargo de mí un cabo que, como primera previsión, ordenó a dos soldados que me recluyeran en el calabozo, orden que cumplieron con diligencia mediante empujones y golpes con la culata de los fusiles.

La prisión era una angosta habitación con una puerta y una ventana por donde ni siquiera entraba un mínimo de luz. Junto a la pared había una hilera de literas desprovistas de colchón y de cualquier aparejo de sábanas o mantas (más tarde supe que durante el día se les retiraban a los presos aquellas provisiones).

Los inquilinos del calabozo me recibieron con hostilidad. Además de las feroces miradas que me lanzaron los diez o doce pares de ojos que parpadeaban dentro de aquél antro, he de añadir los empujones, puñetazos y zancadillas que me propinaron los amos de tan pobre hacienda, como si quisieran preservar para ellos solos el infierno del que eran dueños de intrusos invasores, sobre todo si como yo aún vestían su ropa civil.


30 de abril de 2010

Crónicas de la nada (19)

Crónica segunda

6.-

Al llegar la fecha señalada para incorporarme a filas se me olvidó. Supongo que no fue ajeno a aquella falta de memoria el que conociera a una chica y me enamorara.

Una tarde de otoño, al regresar del campo por el camino del pueblo, me senté en la orilla encima de una piedra, encendí un cigarrillo y me puse a pensar sobre lo que me depararía el futuro; a veces me ponía filosófico, o melancólico, según se mire. Trataba de adivinar si viviría para siempre en aquellas tierras o si por el contrario conocería otros mundos y en ese instante el porvenir que tanto me preocupaba cruzaba ante mí por aquella senda.

La muchacha pasaba por allí cada tarde después de finalizar su trabajo en el chalet de unos ricos forasteros, donde se ocupaba de la limpieza y una vez cumplidas sus obligaciones volvía a su casa. ¿Cómo era posible que yo no la hubiera visto antes? A partir del primer día procuré volver a encontrarla, pero no lo conseguí hasta pasadas dos semanas; durante todo ese tiempo no me concentraba en nada, vivía en una continua angustia y mi padre ya empezaba a pensar que un aire me había dejado lelo.

El segundo día que la vi supe que aquella chica se convertiría en mi compañera. Tal vez ella tuviera otros planes respecto a su futuro, pero por muy claros que estos fueran, no supondrían nada que mi decisión no pudiera vencer.

La verdad es que no sé por qué me enamoré de ella, por que no tenía nada de particular. Era delgada, alta y un tanto desgarbada, morena de cutis y de cabello largo y de color castaño, pero yo me moría de ganas de acariciar su piel, de besarla en los labios, de perderme en la profundidad de sus ojos negros. La segunda vez que la vi, pasó a mi lado, me miró un instante y continuó su marcha tranquilamente; yo me quedé sentado sobre la misma piedra, incapaz de moverme.

Hasta que no transcurrió un mes desde la segunda vez que la había visto no me atreví a dirigirle la palabra; sólo le dije hola y ella contestó a mi saludo. Al día siguiente me levanté cuando llegó a mi altura y caminé junto a ella un tramo del camino en silencio. Así estuvimos una semana hasta que un día iniciamos una conversación -no recuerdo quién pronunció la primera palabra-, la acompañé hasta el pueblo y nos despedimos hasta el día siguiente.

Ya sabíamos que cada día, a la misma hora teníamos un compromiso, que nadie nos obligaba a cumplir, pero que nosotros observábamos con infalible exactitud. Recorríamos todo el trayecto cogidos de la mano y temíamos el momento en que deberíamos separarnos, pero ninguno de los dos se atrevía a romper el silencio tras el que nos protegíamos. Hasta que un día (tal vez porque había luna llena, o porque la pasión rebosaba sus respectivos receptáculos y amenazaba con ahogarnos si no la encauzábamos adecuadamente) nos detuvimos, nos miramos a los ojos y nos besamos un instante; después de eso nos parábamos cada dos o tres metros, nos abrazábamos con fuerza y permanecíamos siglos y siglos con los labios juntos. El siguiente paso también fue natural; una tarde nos desviamos por un sendero lateral que llevaba hasta una cabaña, que solamente se usaba en verano durante la época de la siega, nos desnudamos mutuamente y unimos nuestros cuerpos con una furia tal que parecía que no existía fuerza capaz de separarnos.


26 de abril de 2010

Crónicas de la nada (18)

Crónica segunda

5.-

En el segundo incidente que voy a referir sí que estaba presente, pero me encontraba tan borracho que me fue imposible participar del alboroto general y me dormí debajo de un cerezo. Pasamos toda la noche del sábado de juerga y el domingo por la mañana nos dirigíamos al río para tumbarnos sobre la hierba y darnos un baño si se presentaba la ocasión, pero nos encontramos con otra posibilidad mucho más sugestiva. Por la vereda caminaba, hacia al pueblo, la hija adolescente del arrendatario de una finca cercana, que se dirigía a la iglesia para oír la misa dominical; todos nos abalanzamos sobre la chica como si nunca hubiéramos visto una mujer en nuestra vida. Tropecé con una piedra y caí al suelo, rodé por un ribazo y ya no me pude levantar; busqué acomodo contra el tronco de un árbol y lo que sucedió después me lo contaron más tarde. La muchacha fue violada por todos y cada uno de los cuatro chicos que componían aquella cuadrilla; cuando todo había acabado pasó por allí una familia de campesinos que iban a la iglesia, recogieron a la chica y la trasladaron a la consulta del médico. Aquella misma tarde el padre de la muchacha buscó a los asaltantes de su hija con una escopeta entre las manos, mató a uno y a los otros tres apenas los hirió.

Mi universo era pequeño y comprendía unos pocos kilómetros, los que había entre el cruce y mi casa y entre ésta y el pueblo. No era mucho mundo, pero se trataba del mío, me encontraba a gusto allí y no tenía ganas de cambiarlo por ningún otro. Tan confiado estaba en mi paraíso particular que no se me ocurrió pensar que, llegado el momento, me llamarían a filas y al suceder esto no pensé -ya que me faltaba información- que pudiera alegar objeción de conciencia y así librarme de aquel engorro.

Recibí una carta del ayuntamiento en la que me comunicaban que pasara por sus dependencias tal día a tal hora para que pudieran tallarme. ¡Vaya tontería y ganas de gastar dinero en mandarme un sobre con un sello! Me lo podrían haber dicho personalmente de palabra; eso era lo único que me veía a la mente. El día fijado me presenté en la Casa Consistorial, igual que el resto de los mozos de mi quinta, y cumplimos con aquel requisito.


22 de abril de 2010

Crónicas de la nada (17)

Crónica segunda

4-

Los sábados por la tarde iba al pueblo. No tenía lo que se entiende por amigos, pero me reunía con antiguos compañeros de la escuela. A pesar de ser un pueblo pequeño había una cantidad suficiente de bares como para que estuviéramos entretenidos hasta altas horas de la madrugada; además también había un pub y una discoteca.

Nuestra idea de la diversión era simple. Primero tomábamos café en cualquier bar, jugábamos unas partidas a las cartas, o al dominó, y después cambiábamos de local y empezábamos a beber hasta que caíamos al suelo borrachos como cubas.

No era frecuente que se produjeran conflictos, lo que no quiere decir que a veces nos peleáramos por algo que -si nos hubiéramos detenido a analizar- no habría merecido siquiera una palabra más alta que otra, pero era vital tener la razón y la única forma de demostrarlo pasaba por imponer nuestra opinión al precio que fuera.

Escarmentado como estaba por los golpes que recibía de mi padre cuando era niño por no querer ir a la escuela y los posteriores altercados con mis compañeros de clase, yo no acostumbraba a pelearme y procuraba mantenerme al margen de aquellas disputas, pero a veces me veía en la necesidad de mantener mis convicciones a golpes.

En algunas ocasiones aquella particular forma de pasar el rato ocasionó trágicas consecuencias. El primer hecho que viene a mi memoria -mi edad no me permitía participar aún de aquellas francachelas, por lo que es ajeno a mí- fue la muerte, por mozos del pueblo, de un muchacho de una aldea vecina que rondaba a una chica de la que uno de sus asesinos se creía propietario. No le dieron opción a defenderse; tal y como lo vieron pasar por la calle desde un bar, salieron tras él con las navajas en la mano y lo acuchillaron. Una vez que se les pasó el efecto de la borrachera reconocieron lo que habían hecho, pero ya era tarde. Tuvieron suerte -homicidio involuntario- y salieron de la prisión antes de lo esperado por buena conducta. La madre del chico asesinado aún lleva flores a la tumba de su hijo cada año.

16 de abril de 2010

Crónicas de la nada (16)

Crónica segunda.

3.-

Ya reconciliado con el mundo (el maestro, mi padre y mis compañeros) me levantaba cada mañana al amanecer, me abrigaba como si me dispusiera a viajar al polo norte y emprendía el camino hacia el pueblo. Se trataba de una población de poco más de mil habitantes, pero era lo único que yo conocía y para mí suponía mucho más que si fuera una de las ciudades más grandes que hubiera sobre la tierra (sitios que desconocía y por lo tanto para mí no existían). No me relacionaba con nadie, seguía con atención las explicaciones del maestro y prestaba oídos sordos a los insultos que me lanzaban mis compañeros. Amigos propiamente no hice, tampoco tuve la posibilidad de intimar con nadie, porque al cumplir los doce años mi padre consideró que ya había aprendido lo suficiente y dio por concluida mi escolarización.

Mi salida del colegio coincidió con la boda de mi hermana. Se fue a vivir a la capital de la provincia y a partir de entonces únicamente la veíamos un par de semanas durante el verano, cuando venía a visitarnos con sus hijos.

Poco después del casamiento de mi hermana se produjo otro hecho que no fue nada favorable a mis intereses. Llamaron a filas a mi hermano y quedé yo solo para realizar todas las labores del campo. Se marchó con la promesa de volver cuando lo licenciaran, pero ya no volvimos a verlo nunca más. Al principio enviaba una carta al mes, luego una postal cada tres o cuatro meses y después se produjo el silencio, pero yo sabía que aparecería en el momento oportuno para reclamar su parte de la herencia.


6 de abril de 2010

Crónicas de la nada (15)

Crónica segunda

2.-
Vivir de la tierra es duro, pero hay que dedicarse a algo y si has hecho toda la vida lo mismo, no piensas que lo que haces sea peor que cualquier otro trabajo. De todas formas, los que trabajamos el campo, siempre hemos tenido la sensación de que Dios nos ha dejado de su mano y los gobernantes, para no enmendarle la plana y no ser más que Él, hacen lo mismo.
Los problemas que el sector arrastra desde siempre continúan sin solucionarse. Todos y cada uno de los ministros de agricultura que han ejercido el cargo, desde que tengo uso de razón -y antes de eso podría hablar mi padre y aún antes que él mi abuelo- han dicho una y otra vez que se comprometían a remediar nuestros problemas, pero sólo aplicaban remiendos que únicamente solucionaban una parte mínima de nuestras dificultades.
Nací en un cortijo porque no había posibilidad de trasladar a mi madre a ningún hospital, ya que el más cercano se encontraba a cinco horas de viaje. Por otra parte daba igual, porque allí habían nacido mis hermanos, mis padres, mis tíos y mis abuelos y nadie pensaba que los miembros de la familia pudieran nacer en otro sitio. A los dos o tres días de mi nacimiento mi madre ya me llevaba consigo al campo, porque no podía dejarme al cuidado de nadie. Crecí entre cosechas y sembrados de todo tipo, entre árboles, matas, jaras y rastrojos, entre frutas y hortalizas recién recogidas, entre los animales de la granja y los salvajes del monte.
La primera vez que vi más de dos casas juntas fue a los seis años de edad, cuando mi padre me cogió de una oreja para conducirme al pueblo y llevarme hasta la escuela. Yo no quería ir porque me aterraba lo desconocido y eso que ni siquiera sabía aún lo duro que sería convivir día a día con otros niños. Al principio me situaba en un rincón y no hablaba con nadie ni miraba nada más que no fuera el suelo más inmediato que me rodeaba.
Los dos primeros meses me despertaba antes que el resto de la familia y me escondía de mi padre, que siempre acababa por encontrarme, hasta que comprendí que sería mucho más cómodo recorrer cada día el camino hasta el pueblo sin protestar y sin que mi progenitor me arrastrara de mi apéndice auditivo. También aprendí a defenderme de mis condiscípulos lanzándome con los puños cerrados contra el primero que se metiera conmigo. Algunas veces ganaba la batalla, pero la mayoría de las veces recibía una buena somanta por intentar pelear con chicos más grandes. Yo siempre cobraba, ya que a parte de lo que recibía en la escuela -propinado por mis compañero- tenía que sumar la diaria ración que me suministraban el maestro y mi padre, porque no recibía nada más que quejas del profesor, hasta que decidí cambiar de táctica.

27 de febrero de 2010

Crónicas de la nada (14)

Crónica segunda.
1.

La Voz del Tópico
Diario independiente de la mañana


El aceite de la discordia.
El ministro de Agricultura acudirá el próximo día 17 a una reunión en la sede del Consejo Regulador Aceitero para entrevistarse con los presidentes de las compañías Frescoil y la Codorniz, enfrentados por las acusaciones de fraude en la comercialización de veinte millones de botellas de aceite virgen del grupo Frescoil.

El sector aceitero se encuentra revolucionado tras las exigencias planteadas por Aceites la Codorniz de que se sancione a Frescoil, por la supuesta comercialización de las citadas botellas de aceite virgen de alta graduación mezclado con aceite de orujo. Frescoil niega las imputaciones y, a su vez, acusa a sus competidores de querer aprovecharse de su condición de detentar la presidencia del Consejo Regulador Aceitero. En la comarca hay un clima de extrema tensión por el parón sufrido en la elaboración del aceite como consecuencia de la guerra mantenida entre los grandes.
El ministerio opina que la guerra “no tiene sentido” y se piensa que el momento de crisis será aprovechado por los ávidos competidores extranjeros deseosos de introducirse en los mercados beneficiándose de cualquier resquicio dejado al descubierto por las principales empresas de nuestro país.
Ambas empresas, por otra parte, confían que en la reunión programada se puedan solucionar los problemas que los enfrentan por el bien de todos, aunque en principio ninguno de los dos parece querer dar su brazo a torcer.

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Leía la prensa diaria varias veces a la semana cuando bajaba hasta el cruce, al bar del Ratón, que está penas a cuatro kilómetros de donde yo vivía. Los lunes siempre iba para mirar los resultados de los partidos de fútbol del día anterior y comprobar una vez más que no había acertado una quiniela de catorce, por lo que tendría que continuar trabajando como hasta entonces. No tenía muchos estudios, porque mi padre me sacó de la escuela a una edad temprana para que le ayudara en el campo, pero el poco tiempo que asistí a las clases fue suficiente para aprender a calcular bien las cuentas y a leer. Últimamente he estudiado por mi cuenta, porque precisamente tiempo es algo de lo que he estado muy sobrado.
El periódico que leía con más gusto era La Voz del Tópico; todos los demás, tanto los deportivo como los de información general, me resultaban muy complicados, por el contrario La Voz era meridiano y claro, cualquier información que publicaba la trataba de una forma elemental y asequible a las gentes sencillas como yo y no se entretenía en reflexiones complejas.

14 de enero de 2010

Radiografía

Autor: Antonio Alcalde

Tengo veintidós años.
Me enciendo un cigarrillo,
me enclaustro en mi jersey roto
y me recuesto en el recuerdo.
Aunque vivo de cualquier manera
y todavía duermo en el suelo,
aún mantengo intacto mi orgullo.
Mi casa se parece, en estos momentos,
a un tugurio en el que se hacinan
cuatro o cinco inmigrantes ilegales
que subsistieran del tráfico de tabaco.
Y resulta que vivo solo
y que tengo trabajo.

No es que esté triste,
simplemente se me hace
que no debería estar aquí.

Sé que volveré a repetir los juegos
que suelo realizar los sábados,
y volveré a bajar al barrio más canalla,
a algún lugar de moda a beber,
a perderme entre la gente más chic
y diré con falso pudor –sí, soy actor
y ahora estoy montando y bla bla bla y etc...-
y la que me escuche me mirará
con cara de importarle un pijo todo eso.
Porque en el fondo le importa un pijo,
porque en el fondo, todos y cada uno
vamos al lugar de moda
del barrio más canalla a figurar.

Y no me sentiré triste,
Simplemente se me hará
Que no debería estar allí.

Otra posibilidad es refugiarme en mis libros.
En esta noche elegiría, indudablemente,
el apartado de malditos: Cortázar, Bukowsky,
Baudelaire, Rimbaud, o Benedetti
-que no es maldito pero me gusta mucho-.
Y me consolaría pensando que soy un perseguidor,
que cómo ellos estoy del otro lado,
y malgastaría mi apenas pasable inteligencia
levantando espirales de lodo sobre
la condición humana y mi propia conciencia
y fumando y fumando perdido en mi limbo.
Y está bien, porque apenas tengo veintidós años
y aún estoy buscando algo a lo que aferrarme.

Y no me sentiré triste,
simplemente se me hará
que debería estar amándote.

Amándote,
en la calle,
contigo,
amándote,
instalados en el milagro
que a veces creamos,
contigo,
simplemente amándote,
bajo el sol
o la lluvia,
poco importa.

10 de diciembre de 2009

Puta luna

Autor: Manel Martí

¿Por qué esa luna blanca,
puta y coja,
desposeída en soledad cruel
de la majestuosa perfección
de las estrellas,
discreta renqueando
en los betunes exaltados
de la noche,
osó de tal manera
inmiscuirse entre la roja
y negra perla y la esmeralda?

Su vómito de plata
traspasó las celosías,
las cristalinas copas,
rompiendo la pasión
en dos mitades,
dos puentes anegados
separados como escollos
enfrentados entre dos
hiervientes olas,
los besos que debieron
de haber sido.

Que esperen esos besos,
esos puentes, esas olas...
que la dormida dama
acalle el canto
incandescente
de sus hadas.

Que esparza nuevamente
desde el ojo puro y frío,
suspenso en el vacío
que la invoca,
sus lágrimas de sal
en extraplomo.

Y que nos deje en paz,
pues no hay astro más sabio,
a fin de cuentas,
que aquel que se mantiene
en aparente dormitar
desde la altura.

Abajo, en las ciudades,
en las cansadasa colinas,
en las campiñas sedosas,
las rosas se harán carne
estremecida,
los lirios se abrirán
como sedientas bocas.
Y se alzará, más puta
y más hermosa,
aun si cabe,
la bostezante aurora.

30 de septiembre de 2009

crónicas de la nada (13)

Y 13.-
Nota del editor de la Voz del Tópico. Queremos desmentir ciertas informaciones con relación a nuestra empresa y aclarar el desagradable incidente que ha dado pie a todo un cúmulo de despropósitos.
Nunca, en todos los años que hemos comparecido a nuestra diaria cita con los lectores, hemos faltado a la verdad ni hemos falseado una información, limitándonos a ofrecerla de la forma más objetiva posible; al respecto es ejemplar nuestra sección deportiva, muy elogiada sobre todo por los seguidores del equipo de fútbol de nuestra ciudad.
Las informaciones que nos vemos en la obligación de refutar se refieren precisamente al antiguo redactor deportivo de nuestro periódico. Como consecuencia de la acumulación de trabajo -agravado por la separación de su esposa y el posterior divorcio- sufrió una fuerte depresión, lo que hizo aconsejable apartarlo durante un tiempo de sus funciones, para ello lo enviamos a una placentera aldea donde sin lugar a dudas no tardaría en recuperarse.
Casualmente se produjo un hecho de mucha importancia, ampliamente tratado por todos los medio de comunicación, cerca del lugar en el que descansaba nuestro redactor y le pedimos, porque pensábamos que ya estaría repuesto, que informara de lo acontecido.
Los primeros artículos que escribió se atenían a lo sucedido y no diferían en mucho de lo que publicaban el resto de diarios; el problema surgió al agravarse el estado de nuestro hombre y a partir de entonces nos envió una sucesión de crónicas que en nada se correspondían con la realidad de los hechos y que reflejaban el estado de una mente desequilibrada.
No es cierto que la empresa encargara la escritura de semejante despropósito como estrategia para vender más ejemplares y que posteriormente, al darnos cuenta del cariz que tomaban los acontecimientos, diéramos marcha atrás.
El autor, y a la postre único responsable de tal barbaridad, sufrió una grave recaída de la que tardó cinco meses en recuperarse.
Con posterioridad nos llegaron informaciones sobre él y su trabajo. Según parece se dejó crecer el pelo, viste largos y extraños ropajes, se fue a vivir al campo y se dedica a escribir una serie de libros fantásticos sobre sus experiencias -como él las llama- que se han convertido en éxito de ventas y que, por desgracia, no editamos nosotros, sino una editorial rival.
(Fin de la crónica primera)

19 de septiembre de 2009

Crónicas de la nada (12)

Crónica primera
12.-
Aún no habían reparado la carretera. Me metí en la cama y me costó mucho trabajo dormirme y cuando lo conseguí lo hice bien y de un tirón, ya que nada turbó mi sueño, pero al despertar me asaltó una extraña inquietud. Miles de voces susurraban mi nombre y me indicaban que subiera de nuevo hasta el desaparecido poblado.
La ascensión me resultó más cómoda que la vez anterior; era como si una fuerza oculta me guiara. No tenía que concentrarme en la conducción, únicamente dejarme llevar. El lugar estaba igual que la tarde anterior, salvo una pequeña diferencia; en el cielo no descubrí ni una sola nube y el sol calentaba e iluminaba con fuerza el terreno, por lo que le daba un vigor nuevo a aquellas ruinas.
A mi alrededor la ciudad se erigía en todo su esplendor y sus pobladores caminaban de un lado a otro por sus calles; unos volvían del trabajo, otros salían de sus viviendas para dirigirse a sus ocupaciones; unos vendían en el mercado, otros compraban. Los niños asistían a la escuela y atendían las explicaciones del profesor, la solidaridad reinaba en la vieja ciudad y nadie vivía sometido a nadie. No existía ejército ni policía, cada cual se responsabilizaba de sus actos y se mostraba solidario con relación a la comunidad.
Al caer la tarde, mientras en las cocinas se preparaba la cena, los habitantes del pueblo se reunían en las plazas y en las calles con sus convecinos y charlaban de los temas que les preocupaban, del estado de las cosechas, de la educación de los hijos, de los esfuerzos cotidianos que realizaban por construir un mundo justo y de lo complicado que era alcanzar la dicha.
Después de la cena salían a los patios para disfrutar del fresco de la noche y contemplar la maravilla del firmamento poblado por miles de estrellas, que respondían de la armonía del universo y que encajaba de forma impecable con la concordia de aquellos seres. Ocurrió de repente, mientras la mayoría de los lugareños navegaba entre sueños y el resto se preparaba para iniciar el viaje hacia lo onírico y tomó a todos por sorpresa. Una torrencial lluvia de fuego cayó sobre la ciudad, como consecuencia perecieron la mayoría de sus moradores, los que sobrevivieron buscaron en los desvanes sus viejas armas -ya enmohecidas por la larga inactividad- y se aprestaron a la defensa, pero no les sirvió de mucho, porque desde todos los puntos cardinales entraron en la aldea cientos de dragones enfurecidos que destruyeron todo cuanto encontraron a su paso, se tratara de objetos, hombres o animales; los pocos que aún quedaban con vida, y que huían hacia a una colina cercana para desde allí reorganizar la resistencia, fueron perseguidos por miles de soldados que exterminaron a todos.
Los edificios fueron saqueados y después quemados, todo fue destruido y poco después parecía que nunca hubiera sucedido allí nada, pero yo era testigo y espectador de la única y auténtica verdad que encerraba aquel valle; todos los demás medios de comunicación se habían hecho eco de un episodio que no recogía lo importante, habían informado de la epidermis sin conseguir entrever siquiera lo trascendente. Tal vez ellos habían publicado antes que yo sus artículos, pero estaban huecos y vacíos de todo contenido.
Aturdido aún por la revelación de la que había sido testigo, bajé al pueblo, pagué la cuenta a mi hospedero y salí de allí sin decirle nada a nadie, ya que afortunadamente habían reparado la carretera. Lo único que deseaba era volver cuanto antes a la ciudad, escribir mi crónica y verla publicada para anunciar al mundo la noticia; la historia ya la tenía construida en mi mente. Por fin alcanzaría la gloria, tal vez no ganara el Pulitzer, pero sí estaba seguro de obtener el González Ruano, el Ortega y Gasset, o cualquier otro premio de periodismo nacional de importancia. Mis compañeros, mis jefes -incluyo a mi ex mujer- y el público en general tendrían que reconocer la calidad de mi trabajo; además de deportes también podía escribir sobre otros temas de importancia.
Al llegar a la redacción y presentar mi trabajo no quisieron creer nada de cuanto les contaba y se negaron a publicar el reportaje. El rechazo y la desconfianza me sumieron en una profunda depresión que me costó trabajo superar y de la que logré sobreponerme con esfuerzo y sin la ayuda de nadie dos meses después . Escribí un libro que presenté a varias editoriales, pero a ninguna pareció interesarle mi material. Ya empezaba a desesperarme y un editor con visión de futuro publicó mi trabajo y se convirtió inmediatamente en un éxito de ventas.
(Continuará)

19 de agosto de 2009

Crónicas de la nada (11)

Crónica primera
11.-
Al despertar, la tormenta había desaparecido y el día era agradable y luminoso. Después de desayunar intenté contactar con la redacción para informar del fracaso del viaje y de mi pronto retorno. No pude comunicar con el exterior, porque la tempestad había cortado las líneas telefónicas y, como no obtendría allí ninguna información más que fuera interesante, pedí la cuenta a mi hospedero para volver cuanto antes a la comodidad de mi casa. No fue posible, ya que el temporal había arrasado la única vía de acceso y no se podía abandonar el pueblo.
Para que mi jefa no pudiera acusarme de negligente decidí, antes de volver y mientras reparaban la carretera, visitar el lugar donde se había producido la tragedia. Era un emplazamiento a diez kilómetros del municipio, donde antiguamente había existido un floreciente poblado.
Fue sencillo encontrar el paraje. Lo primero que me llamó la atención fue lo intrincado del bosque y la maleza que rodeaba una extensa nava donde -tal vez en la noche de los tiempos- unos hombres, de los que no sabíamos nada, construyeron sus casas, se amaron, criaron a sus hijos y desaparecieron sin dejar ningún rastro, salvo toda aquella desolación.
Era difícil creer que allí hubo vida alguna vez; parecía que la tierra hubiera dejado de girar y que cualquier vestigio vital se hubiera quedado suspendido dentro de la espesa niebla que envolvía el espacio, ya que no cantaba ningún pájaro ni encontré rastro de ningún otro animal. Con un poco de imaginación se podían adivinar los restos de los edificios destruidos y la configuración de las calles, pero nada más, eso era todo. Después de mirar con detalle no encontré ningún rastro que se relacionara con la tragedia que se había producido hacía unos pocos días allí. Nada más obtendría del lugar y me dispuse a volver al pueblo, pero antes miré por última vez la explanada. Una sensación extraña me atenazó la garganta; me pareció que todo se volvía mucho más oscuro y desde el estómago me subió un absurdo miedo hasta el centro de mi adormecida mente. La poca conciencia que me quedaba me indicaba que corriera, pero mis piernas se negaban a obedecer. Miré al cielo y, a través de una nube deshilachada, vi un instante el sol que me dio la fuerza necesaria para sobreponerme y para alejarme de allí. No me detuve hasta llegar al pueblo, después unas cuantas copas me ayudaron a recuperar el sosiego, pero no el cansancio. Parecía que hubiera realizado un largo viaje a través del espacio y del tiempo.
(Continuará)

14 de julio de 2009

Crónicas de la nada (10)

Crónica primera.
10.-
Había comido tarde y no tenía apetito, por lo que decidí prescindir de la cena y tomarme unas copas. Aquella noche acabé mal y subí las escaleras del hotel hasta mi habitación a gatas. Los locales eran agradables y sencillos y los parroquianos no se mostraron hostiles ni hoscos conmigo, contestaron al saludo de buenas noches y algunos fueron capaces de entablar una conversación con un forastero que acababa de llegar al pueblo sobre la meteorología, la última cosecha de cereales o de aceituna, la próxima jornada de liga o cualquier otro tema de actualidad.
Cuando desperté, a la mañana siguiente, estaba tan enfermo que nunca antes me había encontrado tan mal y eso que me enorgullezco de ostentar varios records locales, nacionales, europeos y mundiales de trasegadas alcohólicas. El desayuno no contribuyó a que me sintiera mejor y el paseo campestre que di, ya que pensé que el aire limpio y puro de la sierra me despejaría la cabeza (y oxigenaría mis pulmones y mis ideas) tampoco sirvió de mucho; si además de a mi estado sumaba el polvo de los caminos, las moscas, los mosquitos, las hierbas, los cardos que se enredaban en mis zapatos y en mis tobillos, las ortigas que cogía por equivocación y tanta naturaleza que amenazaba con engullirme, mejor me hubiera quedado en la ciudad. Tuve que volver a la fonda y meterme en la cama. Me levanté poco antes del mediodía y después de la comida ya comencé a sentirme un poco mejor.
Cuando comenzaba a oscurecer las calles se llenaron de gente de toda condición y edad que paseaban y llenaban los bares; era el momento de iniciar el trabajo. Nadie supo explicarme nada; lo poco que sabían lo habían visto en los noticiarios de la televisión, pero no conocían a ninguna de las víctimas, porque no venían nunca a la villa a comprar en las tiendas, a consumir en los bares, ni a relacionarse con ellos.
No saqué nada en claro, salvo otra respetable borrachera, porque todos me invitaban a beber. Poco después de las diez la gente comenzó a retirarse a sus casas, yo también me disponía a regresar a mi hospedaje, pero en ese momento empezó el principio del fin del mundo. Comenzó a llover; al principio parecía que caerían nada más que tres o cuatro gotas; después, según transcurría la noche, aumentó la intensidad del agua. Transcurrieron dos horas y parecía que asistiéramos en directo al segundo diluvio universal; nunca antes había visto tanta agua junta.
La distancia a recorrer desde el bar en el que me encontraba hasta mi alojamiento era muy corta, apenas quince metros, pero antes de decidirme a cruzar la calzada me tomé unas copas más, por si escampaba. La tormenta no tenía intenciones de amainar -ni mucho menos de parar-, así que resignado abrí la puerta del establecimiento y me dispuse a establecer una nueva plusmarca mundial de los quince metros lluvia; por desgracia no pude conseguir tal proeza, pero logré otra casi tan importante como aquella: la de cantidad de litros de agua caídos sobre centímetro cuadrado de ser humano. Nada más salir a la calle se produjo un apagón, todo quedó a oscuras y el agua me impedía ver nada a más de medio metro. No se qué giro o qué mal paso di, pero no conseguía encontrar la puerta de la fonda, ni la de cualquier otro sitio, aunque los mismos elementos que de tal forma me eran hostiles me ayudaron en la figura de un descomunal relámpago que, además de dejarme casi petrificado y al borde del infarto, me señaló el camino y pude refugiarme en el vestíbulo de mi alojamiento. No pillé una pulmonía, ni siquiera un elemental resfriado, por la misma razón que algunos ancianos no mueren atropellados en plena vía pública por la forma tan temeraria que tienen de cruzarlas, es decir: de puro milagro. Me quité la ropa, me sequé y me metí en la cama; desde allí me llegaba el ruido de la lluvia, veía el resplandor de los rayos y sentía la violencia de los truenos. Arrullado por tan dulce melodía me dormí.
(Continuará)

23 de junio de 2009

Crónicas de la nada (9)

Crónica primera

9.-
Al salir del hospital me apliqué a la tarea de localizar el pueblo. Miré y remiré el mapa y no aparecía por ninguna parte. Tras varias horas de minuciosa búsqueda lo encontré al fin. Se trataba de un pequeñísimo punto a muchos kilómetros de distancia.
La conducción nunca ha tenido secretos para mí y eso que hacía mucho tiempo desde la última vez que había conducido un automóvil, pero mi pericia y mi capacidad de reflejos se mantenían intactas. Me limitaba a mantenerme lo más pegado posible al lado derecho de la calzada; evitaba realizar una maniobra o un adelantamiento inadecuados, no rebasaba el límite autorizado de velocidad, e incluso procuraba que el indicador del cuentakilómetros marcara siempre menos de lo permitido.
Se producían una serie de hechos curiosos. Todos los vehículos que circulaban en el mismo sentido de la marcha que yo hacían sonar sus bocinas con insistencia al adelantarme y una vez que rebasaban mi coche me brindaban un extraño saludo consistente en mostrar el dedo corazón de la mano derecha a la vez que vociferaban ininteligibles, pero vehementes, palabras. Continué impasible mi camino hasta que llegó el crepúsculo. Nunca antes había visto uno, en el cine sí, pero en directo era la primera vez que lo veía. No le encontré ninguna gracia y me resultó muy molesto, ya que no veía nada a causa del sol que me daba de lleno en los ojos. Tal vez el extravagante sea yo, pero ya me explicará alguien qué tiene de extraordinario contemplar algo tan molesto como es el paso del día a la noche y el cielo lleno de colores en tonos pastel; nada más de pensarlo me dan escalofríos.
Había perdido la cuenta del tiempo que llevaba al volante y no sabía cuánto me faltaba aún para llegar a mi destino. Consulté el mapa y según el plano ya estaba cerca, aunque no encontraba el acceso correspondiente por ninguna parte. Me habían graduado las gafas apenas hacía un mes, así que el problema no era la falta de vista. Examiné de nuevo el mapa y al levantar la cabeza descubrí, a dos metros de donde yo estaba, una señal que indicaba que a seis kilómetros de allí se encontraba Torre del Carpio, mi destino.
El firme se encontraba en perfecto estado, pero la carretera era estrecha y daba tantas vueltas y revueltas que tardé más de treinta minutos en recorrer los seis kilómetros que me separaban del pueblo. Según me acercaba, mi desconcierto se acrecentaba, pues la población no aparecía por ninguna parte, aunque en seguida comprendí por qué. La villa se encontraba en la hondonada de un valle y entré en ella de súbito al tomar una curva a la izquierda. En lo que parecía el centro -al menos donde se desarrollaba la actividad social del pueblo-, ya que la plaza mayor con la iglesia y el ayuntamiento se encontraban en otro sitio, había cuatro bares, uno de ellos también fonda, me dirigí a la recepción y pedí una habitación.
El pueblo estaba lleno de periodistas, cámaras y técnicos de televisión, pero al llegar yo todos recogían sus equipajes dispuestos a abandonar el lugar, pero aunque la noticia se hubiera trasladado a otro sitio, yo había sido enviado allí para hacer un trabajo y no me marcharía hasta que estuviera concluido.
(Continuará)

4 de junio de 2009

Crónicas de la nada (8)

8.-
Aquella mañana estaba muy ocupada, así que –fueron sus palabras- preparaba el equipaje y me marchaba a realizar el trabajo que me encomendaba, o me despedía. La miré fijamente y en ese instante en un soplo de inspiración me iluminó y acabé por intuir la verdad. Lo que ella pretendía era deshacerse de mí de forma definitiva, puesto que yo le traía recuerdos, precisamente ese tipo de recuerdos que siempre queremos olvidar si notamos que no somos como soñábamos y que nunca conseguiremos serlo.
Ella estaba convencida de que no sería capaz de realizar el trabajo con eficacia, pero ahí era donde se equivocaba, porque estaba dispuesto a recoger el guante que me lanzaba, aceptar su reto y demostrarle que ya había dejado de ser el bruto que ella había conocido hacía toda una eternidad y que sería capaz de escribir sobre cualquier materia tan bien como lo hacía sobre deportes.
Mientras pensaba en todo lo anterior cogí el diario y me entretuve en releer la noticia motivo de aquella controversia; al fin me levanté y le dije: “Está bien, no te preocupes, yo me encargaré de este asunto”. Y en aquél instante sucedió. Una descarga sacudió mi cabeza y me hizo ver cuerpos de inocentes tirados en el suelo retorciéndose por el dolor; voces secretas me llamaban con insistencia y era tan poderosa la fuerza que me atraía hacia aquel lejano y desconocido lugar que me levanté dispuesto a cumplir la misión que se me encomendaba.
Si me daba prisa aún estaría de regreso el miércoles por la noche para ver el partido de la Liga de Campeones. Llegué a casa y lo primero que pensé fue que tenía que ubicar la población que tenía que visitar, pero antes debía encontrar un mapa. Recordé que poco antes de mi boda compré un plano de carreteras para planear el viaje de novios, así que estaría en alguna parte.
Revisé una y otra vez los sitios donde se suelen guardar ese tipo de objetos y no di con su paradero, por lo que tendría que salir a la calle y comprar uno nuevo. Por la hora que era estaban a punto de cerrar las tiendas, así que tenía que correr si quería encontrar abierta alguna, pero al bajar corriendo las escaleras me caí; no me hice mucho daño, aunque la rodilla derecha tomó una proporción del doble de lo normal, el codo izquierdo estaba en carne viva y de la nariz me salía abundante sangre que me manchó una camisa comprada el día anterior en una de las tiendas más caras y exclusivas de la ciudad.
En la primera papelería en la que entré no me conocían y pensaron que pretendía atracarlos y tal como entré volví a salir; lo último que oí fueron voces que llamaban a la policía. Entré en la librería de la que soy cliente; allí se empeñaron en llevarme a urgencias y tuve que acceder, no sin antes insistir en que me dieran el mapa de carreteras más completo que tuvieran. Aparte del insoportable dolor que sentía en la cabeza y en la rodilla, el médico me dijo que no era grave lo que tenía y que podía continuar con mi actividad habitual sin preocuparme de nada.
(Continuará)

3 de mayo de 2009

Crónicas de la nada (7)

Crónica primera

7.-
Lo que más molestó a mi esposa fue que los interrumpiera justo cuando ella estaba a punto de alcanzar el orgasmo, pero en aquel momento no supe si la prodigiosa transformación de un ser humano en leona, arpía y serpiente que se produjo dentro de aquella habitación se debía a que los había sorprendido, a la rotura del jarrón, o a que lo había puesto todo perdido de sangre. Aún me quedaba un poco de consciencia para comprender que necesitaba que me trasladaran a un hospital y era lo que suponía que harían, pero en vez de llamar a una ambulancia, la persona que hasta entonces había compartido su vida conmigo, la emprendió a golpes contra mi cabeza con lo primero que encontró a mano -afortunadamente fue su bolso casi vacío-, por lo que las lesiones que me ocasionó fueron insignificantes. El amante de mi mujer tenía menos que perder y tuvo la suficiente lucidez para descolgar el teléfono y llamar a urgencias.
Lo siguiente que supe de ella fue a través de su abogado; me visitó en el hospital y me informó de que un juez nos había concedido el divorcio. A mi mujer no le apetecía tener que verme cada día, por lo que debería renunciar a mi puesto de trabajo, pero me mostré inflexible y le hice saber al abogado que me encontraba al corriente de una visita a cierta clínica de interrupción voluntaria del embarazo y que si fuera necesario informaría de ello a la familia conservadora y ultracatólica de mi reciente exmujer, y seguro que a ninguno de sus miembros le parecería bien. No pretendía chantajearla, pero el problema estaba muy claro: ellos o yo. Consintieron en que permaneciera en el periódico, siempre que mi turno no coincidiera con el de ella; luego al cabo de medio año me reclamó a su lado, supongo que para humillarme y para demostrarme el poder que tenía sobre mí, pero llegados a aquél punto ya me daba todo igual.
(Continuará)

14 de abril de 2009

Crónicas de la nada (6)

Crónica primera
6.-
Es curioso de qué forma descubrimos la verdad; el más interesado es siempre el último en enterarse y casi siempre de manera accidental. Una tarde se celebraba un partido de polo y, aunque siempre me ha parecido un deporte ridículo donde quien en realidad se ejercita es el caballo, debía cumplir con mi obligación y mantener informados a los amantes de dicho deporte. El encuentro se tuvo que suspender porque un equipo solamente llevaba caballos y el otro yeguas y se organizó tal zarabanda que aquello estuvo a punto de terminar en orgía equina. Regresé a la oficina para redactar mi artículo sobre el bochornoso espectáculo que acababa de presenciar y el que tuve ocasión de contemplar no fue menos vergonzante. Mi mujer copulaba en su despacho con un becario. No dije nada, no monté ningún escándalo ni intenté matarlos para vengar mi honor; di media vuelta y, sin hacer ruido salí de allí y me marché sin que me vieran.
No fue la última vez que presencié tal espectáculo, pero no para espiarlos, sino para comprobar si se trataba de una casualidad o de una actividad habitual. Llegaba a la oficina y tal como entraba salía, sin hacer ningún ruido, hasta que sucedió lo inevitable. Yo hubiera preferido que todo siguiera como hasta entonces, pero he de añadir en mi descargo que si sucedió lo irremediable fue porque se originó un cambio de ubicación en sus encuentros eróticos, ya que un día los encontré encima de mi propio sofá. Intenté regresar a la calle, pero al dar media vuelta para ganar la puerta, me enredé entre la ropa interior de mi mujer, perdí el equilibrio, caí sobre una mesita y sólo pude agarrarme a un jarrón chino de la dinastía min, chin, chan (o lo que fuera), que nos había regalado una tía suya. El ruido y el estropicio fueron apoteósicos; el trozo más grande del cacharro no mediría más de un centímetro cuadrado y ya me parece mucho, una de mis muñecas sangraba y yo permanecía tumbado en el suelo medio inconsciente.
(Continuará)

2 de abril de 2009

Crónicas de la nada (5)

Crónica primera
5.-
Durante mi larga convalecencia me dediqué a leer con más atención de la habitual las crónicas que hacían referencia a los partidos de fútbol. Descubrí que, se tratara del diario que fuera, todas tenían exactamente la misma estructura y utilizaban idénticas palabras, sólo cambiaba el nombre de los jugadores y de los lances concretos que se producían dentro del terreno de juego. No me pareció difícil hacer lo mismo que ellos, y, en cualquier caso, siempre estaría mi mujer cerca de mí para ayudarme; al final acepté la propuesta.
Éramos muy felices y formábamos una pareja ideal; tal vez ese fue mi principal fallo y no sé cómo no recordé lo que siempre me decía mi difunto padre: “Desconfía de quien te diga que te quiere (o que nunca antes ha sido tan feliz como es ahora contigo) más de tres veces al día, durante dos semanas seguidas, porque no tardará en traicionarte, si no lo ha hecho ya”.
Mi suegro murió de un infarto en su despacho. Lo curioso es que a nadie le llamó la atención que el hombre tuviera los pantalones bajados y su secretaria se encontrara desnuda. Supongo que fue una simple casualidad, pero con la desaparición del prohombre empezaron los problemas conyugales. Mi esposa pasó a ocupar el cargo de redactora jefa, y no la nombraron directora porque su hermano, cinco años mayor que ella, llevaba más tiempo como empleado en el periódico.
Siempre estaba ocupada y apenas nos veíamos en casa. En la redacción permanecíamos juntos todo el día, pero ella era la jefa y yo un simple empleado, por lo que debíamos guardar las formas. Mi jornada laboral era corta, salvo los días en que se jugaba algún partido; si este era el caso me desplazaba, acompañado por un fotógrafo, hasta el campo de fútbol correspondiente y cubría la información de manera impecable. Por regla general volvía temprano a casa y esperaba a mi esposa con la mesa puesta y la cena fría, que siempre acababa por tirar al cubo de la basura. Que fuera comida congelada que preparaba en el microondas, o que pedía por teléfono, no restaba mérito a mis intenciones. ¿Y a qué se debía su tardanza? Siempre había una excusa. Un día se trataba de una reunión del consejo de administración, otro de una entrevista a un personaje inesperado, al día siguiente un retraso en el cierre de edición…
(Continuará)